sábado, 22 de diciembre de 2007




LA MUJER DE CRISTAL


Clementina Muriel hace años que dejó atrás los cincuenta, y sólo ella sabe los motivos que la han llevado, a su edad, a ejercer la prostitución en las calles más lúgubres de la ciudad. Aunque es fácil de imaginar sin mucho esfuerzo. En su rostro aparecen dibujados el abandono, desempleo, desesperación, carga familiar demasiado grande, desequilibrio, miedo, violencia conyugal, drogadicción, alcoholismo, juego... Todas las soledades impuestas. Desde luego, en una hipotética lista de actividades atribuibles a esta mujer, la prostitución, sin lugar a dudas, ocuparía el último lugar.
Cuando está en la carretera, aguantando el frío o el calor, tres bolsas la acompañan siempre. Están llenas no se sabe muy bien de qué. Más que a clientes, parece que espera el último autobús de regreso a casa. Es muy posible que todo el patrimonio de Clementina Muriel se encuentre contenido en esas tres bolsas. Poco más debe de tener esta mujer, que parece esquivar malamente tanta soledad, tanta oscuridad, tanto miedo... Seguramente, si sumásemos todas sus pertenencias, en lugar de llegar a un todo, se llegaría a un nada.
Tampoco esperará que le den un premio por lo que hace. Para ella el premio es su tarifa. Aproximadamente, sobre los veinte euros el completo, pero dadas las circunstancias y las notables diferencias respecto a la competencia, no sería de extrañar que cierre el trato por una cantidad irrisoria. El único parecido que mantiene con sus compañeras de la calle oscura y maloliente, es la necesidad de dinero. Confieso que no pude evitar sonreír la primera vez que la vi. Pensé que había de estar muy desesperado aquel que detuviese el coche para preguntarle algo distinto a si se le podía ayudar. Con todo, alguna vez que otra, se le ha visto cargando sus bolsas y subirse al coche con una sonrisa fingida, mientras se desabrochaba un poco más el escote.
Desgraciadamente, la historia de Clementina Muriel no queda sólo en eso. Además de aguantar a clientes, entre los que de seguro figurarán borrachos, violentos, enganchados o desequilibrados mentales, también tiene que cuidarse de esquivar a imbéciles, que le dedican insultos por su desgracia, una pequeña diversión mientras van camino de la sauna-club pensando en lo guapos que van a quedar ante las chicas, apoyados en la barra del bar, el «Ballantine con Coca-Cola», el encendedor dorado y el paquete de «Marlboro del 04».
Pero sólo Clementina sabe los motivos que la han llevado, a su edad, a ejercer la prostitución en las calles más lúgubres de la ciudad. Sea cuales fueren sus razones, no es nada agradable, ni seguro, estar en la calle de noche, sola, a oscuras, esperando al cliente del que nunca sabrá sus verdaderas intenciones, hasta que vuelva a descargar sus bolsas al borde de la carretera después de haber terminado el servido.



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