LA PUEBLA DE LOS INFANTES
Breve apunte de mi novela
La Sierra
Norte de Sevilla será la única zona de Andalucía en la que permanecerá la
población mudéjar tras la rebelión de 1264 contra los cristianos, quedando
abundantes pruebas arquitectónicas de su presencia en La Puebla de los
Infantes. Aún hoy continúan existiendo, además, de la época de la
desamortización de Don Juan Álvarez de Mendizabal, que en esta villa afectó
sobre todo a bienes señoriales más que eclesiásticos.
Para
estudiar el origen de la actual estructura de la propiedad en La Puebla de los
Infantes hay que remontarse, qué duda cabe, al momento de la conquista y
repoblación llevadas a cabo en Andalucía en el siglo XIII. Tras la toma de
Sevilla por Fernando III en 1248, procedió el monarca a organizar su reparto
con arreglo a las leyes, fueros y usos castellanos, repartimiento que su hijo
Alfonso X concluyó. Este repartimiento, que consistía en la donación de los
bienes raíces requisados, inmuebles urbanos y alquerías, aldeas musulmanas con
sus tierras correspondientes, se consideraba como una recompensa a los que
habían colaborado en la conquista y, de paso, aseguraba el futuro, al sentar
las bases económicas que regirán la repoblación del territorio. Considerada la
ciudad perteneciente a la Corona por derecho de conquista, el monarca procedió al reparto
de la ciudad y de su término entre dos tipos de propietarios: Los miembros
de su familia, los infantes, los ricos hombres, los caballeros,
las órdenes militares, del clero y la nobleza, los hombres buenos y peones por
los servicios prestados al Rey en la conquista, recibían grandes lotes de
tierras o Donadíos; y los pobladores que, a cambio de habitar un lugar por un
determinado número de años sometiéndose a fueros y obligaciones, recibían lotes
de tierra de entidad variable denominados Heredamientos.
Conocemos
con exactitud la identidad y algunas circunstancias de las personas que
detentaron la propiedad del Donadío en La Puebla de los Infantes. Entre la documentación
existente abundan los traslados, copias autorizadas de las escrituras
otorgadas en las sucesivas transmisiones de propiedad. A través de ellos se
puede seguir, sin dificultad, la cadena de sus propietarios y la forma de tras-paso,
compra-venta, donación, trueque, etc. El período cronológico comprendido
arranca desde su primer propietario conocido, Don Enrique Enríquez en 1255,
hasta los herederos de Don Ferrán Sánchez de Badajoz, propietarios que
sostuvieron un largo litigio con el Concejo sevillano desde 1477 a 1500. El Señor de La Puebla de los
Infantes se nos presenta, no obstante, como una figura histórica difusa y
escurridiza, eclipsada por las portentosas biografías de su padre, el infante Don
Enrique Enríquez“el Senador” y su
propio hijo, Don Enrique Enríquez “el
Mozo”.
MALKUTH SE LLAMA
Conversaciones con mi perro
Esta mañana mi perro se ha levantado con ganas de
fastidiarme el día, no hay otra explicación más plausible a su mal intencionado
comportamiento matutino, fuera de lugar mismamente. La verdad es que
últimamente le dedica más tiempo a ver los coloquios televisivos en televisión
que a su disfrute personal, y con tanta acritud como utilizan los tertulianos,
le está cambiando el carácter a peor, está más claro que agua. De nada vale la
exquisita educación que le proporciono, porque mi perro, antes apacible y
amable con todo el mundo al que se lanzaba con la sola intención de recibir una
caricia, gracioso y dicharachero como el que más, ahora le ladra por la calle
hasta al más pintado, quiero decir al tostado, al moreno, al negro de toda la vida,
vaya. Pero a pesar de este comportamiento inadecuado que está degenerando su
conducta, mi perro no es racista, que va, eso que quede claro, no vaya a
ocurrirle lo que a Bardem. Lo que pasa es que tiene un pronto que delata su
inevitable agresividad perruna. Pero esta mañana me ha herido en mi pundonor.
Cuando se ha levantado de su mullido colchón en el que ha dormido a pierna
suelta, ha entrado en la cocina donde estaba yo tan ricamente tomándome mi vaso
de zumo de naranja recién exprimida para alimentar mis defensas, cuando me dice
de sopetón sin tener en cuenta mis niveles de colesterol:
-Oye, Pedro –me dice y yo, cuando comienza el diálogo con
esas dos palabras juntas y en ese mismo orden, con coma incluida, es que me
entran sudores fríos incluso en verano, porque su sabiduría intrínseca pudiera jugarle
una mala pasada y ser el comienzo de la tercera guerra Santa-. Oye, Pedro -me
dice-, he observado con preocupación, porque de continuar así puede afectar
directamente a mi salud, cómo últimamente me compras el pienso de menor
calidad, el paté del supermercado de marcas blancas y además para senior,
cuando yo todavía soy un cachorro que precisa de una comida sana y variada que
garantice mi crecimiento, y además no me lavas convenientemente porque se te ha
acabado el champú perfumado para perros, con lo que las perritas en celo que
encuentro por la calle me rechazan por maloliente, y así no me como una rosca,
lo que pudiera llegar a causarme semejante ayuno carnal un trauma sexual
irreversible. Y lo más preocupante, no me llevas a playas para perros donde
pueda ligar y así tener relaciones sexuales tan necesarias, ni de vacaciones a
lugares exóticos como los perros de fuste, que yo tengo pedigrí. Y en cuanto al
vestuario, ya me ves, desnudo por la calle y con las vergüenzas al aire… Creo
que se te ha olvidado la Ley Universal de los derechos perrunos, a la que yo
reivindico y te remito.
Hay que joderse con estas clases animales que ya vienen de
la perrera con los deberes hechos, no sé a dónde vamos a llegar con esto de la
igualdad entre razas. Y ahora ni siquiera puedes pegarle ante un mal
comportamiento, que llaman al número de maltrato animal y se te cae el pelo. Así
se comprende la influencia dañina que hace en ellos las televisiones, esos
aparatos que los programa el diablo. Le respondo con firmeza, que no puedo
dejarme pisar el terreno de semejante modo. Se lo digo así:
-Mira, Malkuth -le digo-, aquí tienes cama y comida gratis,
duermes la siesta a pierna suelta, te cepillo diariamente para que tu pelo
tenga la tersura adecuada y guste a los de tu raza, los domingos y fiestas de
guardar te llevo a ver a la Virgen del Carmen de la que eres devoto para que le
hagas tus plegarias, y después compartimos un helado de vainilla y crema de
leche para saciar tus deseos de golosinas. En cuanto al pienso y la vida
lisonjera que reclamas, la economía no da para más, que el Gobierno cada día
nos da a los pobres una vuelta de tuerca al tornillo de la subsistencia, y nos
hunde en el negro pozo de la miseria lentamente. Pero tú de eso no te das
cuenta…
-Pero qué dices, si el Gobierno cada día habla que este País
de María Santísima va de puta madre.
Me lo dice convencido, señal inequívoca de la influencia que
los medios informativos ejercen sobre él. Así que de nada sirve en esta mañana
en la que se ha levantado inconformista, discutirle sobe el asunto.
-Inocente criatura que todavía tiene fe en los políticos…
CARTAS DE AMOR
Mi querido Oscar:
Sólo hace unas horas que nos hemos separado y ya
necesito contarte mis pensamientos. Se me agolpan apresuradamente, y ahora no
aspiro más que a comunicarme contigo, hacerte partícipe de mí misma, tomarte
pareceres, intercambiar ideas. Yo soy propensa a usar, para comunicarme, la
palabra dicha frente a frente. No me gusta escribir cartas. Pero en este
instante estoy escribiendo para ti esta página. No puedo hacer otra cosa. A lo
mejor cuando la leas tu pelo ya no es tan rubio, y tienes una
sombra de barba en la mejilla, y tus labios y tus dedos han perdido gran parte
de su delicadeza. ¿Seré hoy prematura? Sin embargo, conviene que sepas mis
pensamientos para que no te confundas como yo. He comprendido, en el mismo
instante en que anoche nos despedimos, que para mí la vida no tendría el menor
aliciente no estando tú a mi lado. Lo supe definitivamente cuando me besaste.
Tu beso y mi beso tuvo la fragancia y el gozo de una flor, de una impávida flor
que levantara con alegría su cabeza. Tu beso en la boca, sin prisa, fue un
allanamiento de mi morada, un embargo judicial de mi voluntad, un aperitivo en
el amor. Nos demoramos en el beso, donde las lenguas sin hablar se entienden, se
acomodan, descansan y se excitan, se entrelazan, resbalan, se adormecen
lentamente, se trasponen de gozo ambas...
Al levantarme esta mañana aún te presentía entre mis labios y con el
recuerdo he bajado al jardín. Sobre el césped húmedo están aún las huellas, muy
juntas, de nuestro paseo. El aire de la noche fue amontonando sobre ellas
algunas hojas secas, casi borrándolas. Pero yo se que están allí. Y el jardín
parece ahora un campo de batalla cuajado de infinitos cadáveres. He bajado al
jardín y en la corteza de uno de los álamos, en la corteza de uno de ellos, el
más alto, más gris de todos, he visto las iniciales que grabaste, ayer al
atardecer, dentro de un corazón. Yo me negué al principio a que lo hicieras.
Pensaba: "Si el álamo muere será como perder las promesas que ahora nos
hacemos", y te lo dije. Pero tú alzaste los ojos y comenzaste a grabar sin
más en la corteza las iniciales de nuestros nombres. Y ahora, junto a este
árbol, imagino de nuevo tus palabras ardientes: "Te querré siempre".
"Te querré siempre", contesté yo emocionada a la vez. Surgieron una a
una como si les costase trabajo redondearse, igual que un fruto que tarda en
madurar. Pero aquí están, brillando, rotundas e inseguras, como gotas de
azogue. Nos hemos dicho aquí mismo: "mío", y se ha escuchado
"tuya" como respuesta, y era igual que si nos bebiésemos. Somos dos
seres, los de las iniciales, temblando bajo este álamo. Has hecho bien en dejar
en él tu huella para que yo te reconozca, para que yo te sostenga. Pero el álamo
debe sufrir con la herida, con el corte que tu puñal le produjo. Y ese dolor
será también mío..
LA VISITA DE MAMÁ
PÁJARO
(Fragmento)
-Relato que obtuvo el primer premio en el Certamen de
Cuento Infantil de la Provincia de Málaga, año 1990, convocado por la
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía-.
A pesar de lo temprano de la hora, no hizo falta
llamar al sueño. Sólo con dejar caer el cuerpo sobre la cama, relajar los
músculos y entornar levemente los ojos, un profundo sopor se apoderó de mí.
Entre la espesa bruma que entumecía mis sentidos olvidé todo lo que me parecía desagradable y me dispuse a disfrutar de unos dulces sueños. Estaba
así, tan ricamente, cuando escuché unos leves golpecitos sobre el cristal de la
ventana. Llover no creo que sea -pensé-, porque estamos en plena época estival,
y mucho menos granizo. Acaso por curiosidad, o tal vez por descubrir qué
peligro acechaba a tan intempestiva hora a una criatura inocente como yo, me
levanté y precavidamente descorrí las cortinas. Entonces pude ver, sobre el
mármol de mi ventana iluminado por la débil claridad del amanecer, un pájaro
que golpeaba insistentemente con su pico, tratando de llamar mi atención. Con
un triste pío pío y sus ojos empañados levemente por la pena, intentaba decirme
algo. Quité el pestillo y tiré de la hoja de madera hacia mí, para poder tener
un diálogo bis a bis con aquella criatura de Dios.
Difícil hubiera sido mantener a esas horas de la noche una mínima
conversación con cualquier ser humano, así que mucho más dificultoso se
presentaba si el interlocutor era un pájaro. Pero yo siempre he sido muy
perseverante para mis cosas, así que después de un tiempo en el que utilizamos
gestos y palabras sueltas, pudimos al fin entendernos. Se trataba de una mamá
pájaro, agobiada por problemas conyugales. Su marido, es decir, el padre de sus
polluelos, la había abandonado a su suerte dejándola con tres pequeños a los
que tenía que alimentar y criar. Era el dramático caso de una madre
desesperada. La situación de aquella débil criatura me llegó al alma, así que
presurosa fui a la cocina y le preparé con mucho amor una bolsa con escogidos
granos de trigo fresco, unas patatas fritas a la barbacoa con sabor a jamón que
le desmenucé todo lo que pude y que sin duda harían las delicias de sus
polluelos, blancas migas de pan del día y algunos terrones de azúcar moreno de
caña, como postre para los pequeños.
Yo no suelo ser muy emotiva, pero las lágrimas que acompañaban aquellos
ojos antes suplicantes, y las entrecortadas palabras de gratitud con que me
obsequió la mamá pájaro en agradecimiento a mi buena acción, me sumió en un
éxtasis de niña bienhechora. Hasta que de repente, unos fuertes golpes sobre la
puerta de mi cuarto, vinieron a perturbar la sosegada meditación que me
embargaba.
-¡Estefanía! -gritó mi madre-. Levántate, llegarás tarde al colegio.
-Ya me levanto... -le dije, y al entreabrir los pesados párpados, grité sobresaltada:
-¡Ha sido un sueño! Mamá, he tenido un sueño precioso...
CUENTOS URBANOS
Extracto del III capítulo de mi novela
Bonifacio Garralón era un escritor tardío. En realidad
no vivía de escribir porque sus libros podían contarse con la mitad de los
dedos de una mano. Se mantenía de las rentas que le dejaban unas tierras
heredadas de sus abuelos, los Garralón Entrambasaguas, venidos de Canarias en
el siglo pasado, y de un palacete al otro lado del río alquilado a un rico
comerciante de telas e hilados. Pasaba largas horas absorto en la contemplación
de las gentes que pasaban por la calle, buscando tal vez a individuos que le
sirvieran de modelo para los personajes de sus libros. Había sido una
casualidad que se encontrara con Casimiro Castro, ya que su lugar preferido de
observación era el café de Doña Rosa. Allí estudiaba a Laurito, el camarero del
café, a su esposa Felisa, que siempre secaba triste los vasos del bar, a
Carmelo Frías, cochero de paso que nunca lograba encender el pitillo a la
primera.
En su juventud, Bonifacio Garralón, había vivido una
apasionante historia de amor con Úrsula del Alcor, actriz y cantante de circo,
con numerosas promesas de amor eterno. Úrsula permanecía en su recuerdo como un
mito de mujer hermosa. Pero Bonifacio cuenta ya con la edad de sesenta años y
se casó hace mucho con Dorotea, una mujer de su misma clase social cuya norma
de vida es tener la mesa puesta y encargado el ataúd.
Cierto día, Bonifacio Garralón, recibe una carta de
Úrsula anunciándole su deseo de vivir con él los últimos años de su vida,
recordándole sus reiteradas promesa de amor eterno y apasionado. Siempre había
sido un romántico y la sola idea de encontrarse de nuevo con su enamorada le
producía una grata emoción. Así que rejuvenecido por la visión de la antigua
pasión que despertaba en él después de tanto tiempo el simple recuerdo de aquella
mujer, ordena se acondicione en una de sus fincas la casa solariega donde
precisamente se encontraban en aquel tiempo, de manera de Úrsula del Alcor,
envuelta en su magia, no sospechase que la había abandonado muchos años atrás
por otra mujer. La decoró a semejanza de la época en la que la cantante y él
ocuparan en el pasado durante su corto amor y el tiempo suspendido en los
recuerdos los indujesen a creer que eran veinte años más jóvenes.
Ufano y diligente, Bonifacio Garralón, lejos de representar
un autentico personaje romántico, lucía ahora la tripa creciente de un bufón.
Desorientado por la arrogancia de quien se siente deseado, olvidando el inexorable
paso del tiempo que todo lo modifica quería reconstruir, al borde de los
sesenta años, la pasión que había tenido como marco los sueños de su pasada
juventud.
Cuando se encontraron frente a frete no se
reconocieron. Úrsula había perdido totalmente sus formas apetitosas de antaño y
su piel, otrora tersa y delicada, presentaba ahora los signos evidentes del
paso del tiempo. Como frágil cristal aquel amor antes desbordado se quebró en
mil pedazos y ninguno de los dos consiguió hacer revivir de nuevo la pasión.
LA DAMA DE NOCHE
Extracto de mi novela
Don Geraldo Lozoya, marqués de Montequebrado,
hablaba untuosamente y su sobrino, Rómulo Sotomayor, le escuchaba aparentemente
con toda la cortesía que exigía su alcurnia. Don Geraldo apreciaba de todo
corazón al vizconde, pero por las formas en que lo mandó llamar y el
recibimiento frío a que fue sometido, más bien parecía que se disponía a romper
los lazos que le unían con él.
--Tú eres un
noble, Rómulo –le decía en ese momento, al tiempo que afilaba con las yemas de
los dedos las sedosas guías de su fino bigote-. No creo necesario recordarte
que los Montequebrado y los Riveroles han estado emparentados desde tiempo
inmemorial.
El Marqués tenía
la manía de los linajes y gustaba de escarbar en el árbol genealógico de cada
familia importante. Siempre había dicho que los antepasados de ambos lucharon
juntos en Granada, y que uno del marqués salvó la vida a otro del vizconde en
una de las refriegas frente a los muros de la ciudad. Todavía se consideraba
obligado por ello hacia su sobrino, lo cual, a este, le resultaba una suerte y
una ventaja.
Don Rómulo miró al
marqués, luego, imaginando que aquella perentoria necesidad de verle no sería
para nada bueno, preguntó directamente:
--Está bien,
dígame usted de qué se trata, tío.
--He recibido
informaciones bastante amplias acerca de una persona, y todas dicen muy poco a
tu favor. Es más, ponen en entredicho tu moralidad y sentido del decoro.
--¡Yo no he oído
nada!
Don Geraldo Lozoya
se movió por el amplio salón de su palacete, giró varias veces y al fin se
sentó, haciendo crujir con su obesa humanidad el sillón del exquisito
mobiliario Luis XV.
--Hay cierta
mujer… Una cantaora.
--¿Quién se ha
atrevido a blasfemar contra ella? –se irritó el vizconde.
--Amigos que te quieren
bien.
--¡La gentuza,
dirá usted! Eso es. La gentuza de muy mala lengua. En el casino es donde se
incuban y nacen todas las murmuraciones, las mentiras y los chismes más
mortíferos. Y a esos debemos temerles, tío; porque yo he visto nobles y hombres
públicos contra quienes nada pudo el puñal ni la pistola y en cambio fueron
aniquilados o rebajados a la más atroz miseria por un chisme, una burla
graciosa o un mal comentario. Ruego a usted que no preste atención a lo que los
demás cuenten de mí.
--Tal vez si me
dieras más detalles de tu verdadera relación con esa mujer…
--Nunca ha tenido
usted mucho interés en los pormenores de mis conquistas.
El marqués de
Montequebrado levantó sus finas y blancas manos hasta unirlas dejando
entrecruzados los dedos.
--¡Dios me libre
de ser curioso, Rómulo! Pero mi deber como pariente mío que eres es velar por
tu buen nombre y por tu dinero. Nunca he deseado meterme en tu vida privada,
pero ahora… Esos rumores que han llegado hasta mí acerca de la cantaora…
--Está bien
–admitió Rómulo Sotomayor-. He de reconocer, y reconozco, que han sido
bastantes las muchachas de las que he disfrutado su compañía y el calor de sus
apasionados besos, pero María es muy diferente. Es tan delicada, tan hermosa,
tal bella…
--¿Estás enamorado?
--¡Claro que no!
--Entonces
olvídala. Si lo que tú querías era robarle su honra, ya lo has conseguido. Es
bastante. Nosotros, los que tenemos la sangre vieja, hemos de apartarnos de
toda esa gente. Ella busca tu hacienda y tus dineros.
--María es rica.
--¡Yo no he oído decir
tal cosa, Rómulo!
--Porque no trata
usted a las mismas gentes que yo, o sea, a las que no oyen los chismes que se
dicen en el casino y las repiten luego para diversión de los demás. Yo le digo
a usted que María es rica de corazón, de generosidad, de sentimientos nobles
hacia los que la rodean, sin distinguir el blasón de su capa, que es la
verdadera riqueza de este mundo, la que está en al alma y es infinita…
OJOS DE OSCURA PASION
Fragmento de mi novela 1997
Artemio Zumaquero Sanchidrian debía tener unos veinticuatro
años cuando finalizó los estudios. Era alto, musculoso, carilleno, con unos
ojos negros que parecían clavarse en el alma de quien los miraba, de una
inteligente sonrisa franca y cordial. Podría decirse sin miedo a equivocarse
que era un hombre guapo. Pero además había acabado hacía poco la carrera de
medicina. Y eso fue lo que cautivó el pensamiento de Adela Cintrano, una tímida
muchacha venida de Peñaranda de Bracamonte que le sonreía con demasiada
frecuencia. Ella creía que un médico era un hombre que lleva los bolsillos tan
llenos de dinero que necesita portar, además, un maletín para meter en él
cuanto no cabe en el traje.
Pero Adela Cintrano no había nacido, precisamente, en un
ambiente distinguido. Su padre fue trapero de los que van cargados con un saco
a la espalda. Más tarde fue de los que van en un carro tirado por un caballito.
Luego se quedó en casa a ordenar la mercancía que le llevaban sus empleados. En
la tarea le ayudaban su mujer y su hija. Adela se entretenía leyendo las
revistas de modas que caían en sus manos al hundirlas en los papeles viejos.
Con las fotos deslumbrantes empezaron las ambiciones de Adela Cintrano, que
recorrió un largo camino hasta alcanzar la meta que ella se fijó a los quince
años. A los diecinueve enamoró a Artemio Zumaquero, un joven estudiante de
medicina con un prometedor futuro, y a los veinte se casó con él.
Pero un día Adela se dio cuenta que el maletín que portaba
su joven marido sólo estaba lleno de frascos de medicinas y comprendió que se
había equivocado. No fue mala esposa, sólo fue una mujer equivocada. La casa
del pueblo era muy acogedora. Tenía un pequeño terreno a las afueras en el que
Artemio comenzó a construir una casita. Un día, mientras una masa de brumas
doradas por el sol de poniente adornaba los montes allá por Tierras de Arévalo,
su marido le dijo:
--Yo no lo veré, Adela, pero aquí crecerá un árbol dentro de
muchos años. Quiero que nuestros hijos nos entierren en este cachito de tierra
que tengo bajo mis pies, de metro y medio de ancho y dos metros de profundidad.
Así estaremos bien juntitos siempre. Y encima pediré que planten un roble que
será como un monumento. Sus raíces nos abrazaran el uno contra el otro, y de
nuestros cuerpos saldrá la savia de ese árbol, que será el árbol de los
Zumaquero.
--¡Qué ideas tan raras tienes, Artemio! –Adela protestó
escalofriada-. A mí no me gusta pensar que una sucia raíz se me pueda meter por
un ojo o por la nariz y chuparme poco a poco la carne…
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