sábado, 1 de diciembre de 2007




LA PUEBLA DE LOS INFANTES
Breve apunte de mi novela



La Sierra Norte de Sevilla será la única zona de Andalucía en la que permanecerá la población mudéjar tras la rebelión de 1264 contra los cristianos, quedando abundantes pruebas arquitectónicas de su presencia en La Puebla de los Infantes. Aún hoy continúan existiendo, además, de la época de la desamortización de Don Juan Álvarez de Mendizabal, que en esta villa afectó sobre todo a bienes señoriales más que eclesiásticos.
Para estudiar el origen de la actual estructura de la propiedad en La Puebla de los Infantes hay que remontarse, qué duda cabe, al momento de la conquista y repoblación llevadas a cabo en Andalucía en el siglo XIII. Tras la toma de Sevilla por Fernando III en 1248, procedió el monarca a organizar su reparto con arreglo a las leyes, fueros y usos castellanos, repartimiento que su hijo Alfonso X concluyó. Este repartimiento, que consistía en la donación de los bienes raíces requisados, inmuebles urbanos y alquerías, aldeas musulmanas con sus tierras correspondientes, se consideraba como una recompensa a los que habían colaborado en la conquista y, de paso, aseguraba el futuro, al sentar las bases económicas que regirán la repoblación del territorio. Considerada la ciudad perteneciente a la Corona por derecho de conquista, el monarca  procedió  al  reparto de la ciudad y de su término entre dos tipos de propietarios:  Los  miembros de su familia, los infantes, los ricos hombres, los caballeros, las órdenes militares, del clero y la nobleza, los hombres buenos y peones por los servicios prestados al Rey en la conquista, recibían grandes lotes de tierras o Donadíos; y los pobladores que, a cambio de habitar un lugar por un determinado número de años sometiéndose a fueros y obligaciones, recibían lotes de tierra de entidad variable denominados Heredamientos.
Conocemos con exactitud la identidad y algunas circunstancias de las personas que detentaron la propiedad del Donadío en La Puebla de los Infantes. Entre la documentación existente abundan los traslados, copias autorizadas de las escrituras otorgadas en las sucesivas transmisiones de propiedad. A través de ellos se puede seguir, sin dificultad, la cadena de sus propietarios y la forma de tras-paso, compra-venta, donación, trueque, etc. El período cronológico comprendido arranca desde su primer propietario conocido, Don Enrique Enríquez en 1255, hasta los herederos de Don Ferrán Sánchez de Badajoz, propietarios que sostuvieron un largo litigio con el Concejo sevillano desde 1477 a 1500. El Señor de La Puebla de los Infantes se nos presenta, no obstante, como una figura histórica difusa y escurridiza, eclipsada por las portentosas biografías de su padre, el infante Don Enrique Enríquez“el Senador” y su propio hijo, Don Enrique Enríquez “el Mozo”.






MALKUTH SE LLAMA
Conversaciones con mi perro


Esta mañana mi perro se ha levantado con ganas de fastidiarme el día, no hay otra explicación más plausible a su mal intencionado comportamiento matutino, fuera de lugar mismamente. La verdad es que últimamente le dedica más tiempo a ver los coloquios televisivos en televisión que a su disfrute personal, y con tanta acritud como utilizan los tertulianos, le está cambiando el carácter a peor, está más claro que agua. De nada vale la exquisita educación que le proporciono, porque mi perro, antes apacible y amable con todo el mundo al que se lanzaba con la sola intención de recibir una caricia, gracioso y dicharachero como el que más, ahora le ladra por la calle hasta al más pintado, quiero decir al tostado, al moreno, al negro de toda la vida, vaya. Pero a pesar de este comportamiento inadecuado que está degenerando su conducta, mi perro no es racista, que va, eso que quede claro, no vaya a ocurrirle lo que a Bardem. Lo que pasa es que tiene un pronto que delata su inevitable agresividad perruna. Pero esta mañana me ha herido en mi pundonor. Cuando se ha levantado de su mullido colchón en el que ha dormido a pierna suelta, ha entrado en la cocina donde estaba yo tan ricamente tomándome mi vaso de zumo de naranja recién exprimida para alimentar mis defensas, cuando me dice de sopetón sin tener en cuenta mis niveles de colesterol:
-Oye, Pedro –me dice y yo, cuando comienza el diálogo con esas dos palabras juntas y en ese mismo orden, con coma incluida, es que me entran sudores fríos incluso en verano, porque su sabiduría intrínseca pudiera jugarle una mala pasada y ser el comienzo de la tercera guerra Santa-. Oye, Pedro -me dice-, he observado con preocupación, porque de continuar así puede afectar directamente a mi salud, cómo últimamente me compras el pienso de menor calidad, el paté del supermercado de marcas blancas y además para senior, cuando yo todavía soy un cachorro que precisa de una comida sana y variada que garantice mi crecimiento, y además no me lavas convenientemente porque se te ha acabado el champú perfumado para perros, con lo que las perritas en celo que encuentro por la calle me rechazan por maloliente, y así no me como una rosca, lo que pudiera llegar a causarme semejante ayuno carnal un trauma sexual irreversible. Y lo más preocupante, no me llevas a playas para perros donde pueda ligar y así tener relaciones sexuales tan necesarias, ni de vacaciones a lugares exóticos como los perros de fuste, que yo tengo pedigrí. Y en cuanto al vestuario, ya me ves, desnudo por la calle y con las vergüenzas al aire… Creo que se te ha olvidado la Ley Universal de los derechos perrunos, a la que yo reivindico y te remito.
Hay que joderse con estas clases animales que ya vienen de la perrera con los deberes hechos, no sé a dónde vamos a llegar con esto de la igualdad entre razas. Y ahora ni siquiera puedes pegarle ante un mal comportamiento, que llaman al número de maltrato animal y se te cae el pelo. Así se comprende la influencia dañina que hace en ellos las televisiones, esos aparatos que los programa el diablo. Le respondo con firmeza, que no puedo dejarme pisar el terreno de semejante modo. Se lo digo así:
-Mira, Malkuth -le digo-, aquí tienes cama y comida gratis, duermes la siesta a pierna suelta, te cepillo diariamente para que tu pelo tenga la tersura adecuada y guste a los de tu raza, los domingos y fiestas de guardar te llevo a ver a la Virgen del Carmen de la que eres devoto para que le hagas tus plegarias, y después compartimos un helado de vainilla y crema de leche para saciar tus deseos de golosinas. En cuanto al pienso y la vida lisonjera que reclamas, la economía no da para más, que el Gobierno cada día nos da a los pobres una vuelta de tuerca al tornillo de la subsistencia, y nos hunde en el negro pozo de la miseria lentamente. Pero tú de eso no te das cuenta…
-Pero qué dices, si el Gobierno cada día habla que este País de María Santísima va de puta madre.
Me lo dice convencido, señal inequívoca de la influencia que los medios informativos ejercen sobre él. Así que de nada sirve en esta mañana en la que se ha levantado inconformista, discutirle sobe el asunto.
-Inocente criatura que todavía tiene fe en los políticos…








CARTAS DE AMOR

Mi querido Oscar:


Sólo hace unas horas que nos hemos separado y ya necesito contarte mis pensamientos. Se me agolpan apresuradamente, y ahora no aspiro más que a comunicarme contigo, hacerte partícipe de mí misma, tomarte pareceres, intercambiar ideas. Yo soy propensa a usar, para comunicarme, la palabra dicha frente a frente. No me gusta escribir cartas. Pero en este instante estoy escribiendo para ti esta página. No puedo hacer otra cosa. A lo mejor cuando la leas tu pelo ya no es tan rubio, y tienes una sombra de barba en la mejilla, y tus labios y tus dedos han perdido gran parte de su delicadeza. ¿Seré hoy prematura? Sin embargo, conviene que sepas mis pensamientos para que no te confundas como yo. He comprendido, en el mismo instante en que anoche nos despedimos, que para mí la vida no tendría el menor aliciente no estando tú a mi lado. Lo supe definitivamente cuando me besaste. Tu beso y mi beso tuvo la fragancia y el gozo de una flor, de una impávida flor que levantara con alegría su cabeza. Tu beso en la boca, sin prisa, fue un allanamiento de mi morada, un embargo judicial de mi voluntad, un aperitivo en el amor. Nos demoramos en el beso, donde las lenguas sin hablar se entienden, se acomodan, descansan y se excitan, se entrelazan, resbalan, se adormecen lentamente, se trasponen de gozo ambas...

Al levantarme esta mañana aún te presentía entre mis labios y con el recuerdo he bajado al jardín. Sobre el césped húmedo están aún las huellas, muy juntas, de nuestro paseo. El aire de la noche fue amontonando sobre ellas algunas hojas secas, casi borrándolas. Pero yo se que están allí. Y el jardín parece ahora un campo de batalla cuajado de infinitos cadáveres. He bajado al jardín y en la corteza de uno de los álamos, en la corteza de uno de ellos, el más alto, más gris de todos, he visto las iniciales que grabaste, ayer al atardecer, dentro de un corazón. Yo me negué al principio a que lo hicieras. Pensaba: "Si el álamo muere será como perder las promesas que ahora nos hacemos", y te lo dije. Pero tú alzaste los ojos y comenzaste a grabar sin más en la corteza las iniciales de nuestros nombres. Y ahora, junto a este árbol, imagino de nuevo tus palabras ardientes: "Te querré siempre". "Te querré siempre", contesté yo emocionada a la vez. Surgieron una a una como si les costase trabajo redondearse, igual que un fruto que tarda en madurar. Pero aquí están, brillando, rotundas e inseguras, como gotas de azogue. Nos hemos dicho aquí mismo: "mío", y se ha escuchado "tuya" como respuesta, y era igual que si nos bebiésemos. Somos dos seres, los de las iniciales, temblando bajo este álamo. Has hecho bien en dejar en él tu huella para que yo te reconozca, para que yo te sostenga. Pero el álamo debe sufrir con la herida, con el corte que tu puñal le produjo. Y ese dolor será también mío..








LA VISITA DE MAMÁ PÁJARO 
(Fragmento)

-Relato que obtuvo el primer premio en el Certamen de Cuento Infantil de la Provincia de Málaga, año 1990, convocado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía-.

A pesar de lo temprano de la hora, no hizo falta llamar al sueño. Sólo con dejar caer el cuerpo sobre la cama, relajar los músculos y entornar levemente los ojos, un profundo sopor se apoderó de mí. Entre la espesa bruma que entumecía mis sentidos olvidé todo lo que me parecía desagradable y me dispuse a disfrutar de unos dulces sueños. Estaba así, tan ricamente, cuando escuché unos leves golpecitos sobre el cristal de la ventana. Llover no creo que sea -pensé-, porque estamos en plena época estival, y mucho menos granizo. Acaso por curiosidad, o tal vez por descubrir qué peligro acechaba a tan intempestiva hora a una criatura inocente como yo, me levanté y precavidamente descorrí las cortinas. Entonces pude ver, sobre el mármol de mi ventana iluminado por la débil claridad del amanecer, un pájaro que golpeaba insistentemente con su pico, tratando de llamar mi atención. Con un triste pío pío y sus ojos empañados levemente por la pena, intentaba decirme algo. Quité el pestillo y tiré de la hoja de madera hacia mí, para poder tener un diálogo bis a bis con aquella criatura de Dios.

Difícil hubiera sido mantener a esas horas de la noche una mínima conversación con cualquier ser humano, así que mucho más dificultoso se presentaba si el interlocutor era un pájaro. Pero yo siempre he sido muy perseverante para mis cosas, así que después de un tiempo en el que utilizamos gestos y palabras sueltas, pudimos al fin entendernos. Se trataba de una mamá pájaro, agobiada por problemas conyugales. Su marido, es decir, el padre de sus polluelos, la había abandonado a su suerte dejándola con tres pequeños a los que tenía que alimentar y criar. Era el dramático caso de una madre desesperada. La situación de aquella débil criatura me llegó al alma, así que presurosa fui a la cocina y le preparé con mucho amor una bolsa con escogidos granos de trigo fresco, unas patatas fritas a la barbacoa con sabor a jamón que le desmenucé todo lo que pude y que sin duda harían las delicias de sus polluelos, blancas migas de pan del día y algunos terrones de azúcar moreno de caña, como postre para los pequeños.
Yo no suelo ser muy emotiva, pero las lágrimas que acompañaban aquellos ojos antes suplicantes, y las entrecortadas palabras de gratitud con que me obsequió la mamá pájaro en agradecimiento a mi buena acción, me sumió en un éxtasis de niña bienhechora. Hasta que de repente, unos fuertes golpes sobre la puerta de mi cuarto, vinieron a perturbar la sosegada meditación que me embargaba.
-¡Estefanía! -gritó mi madre-. Levántate, llegarás tarde al colegio.
-Ya me levanto... -le dije, y al entreabrir los pesados párpados, grité sobresaltada:
-¡Ha sido un sueño! Mamá, he tenido un sueño precioso...







CUENTOS URBANOS
Extracto del III capítulo de mi novela


Bonifacio Garralón era un escritor tardío. En realidad no vivía de escribir porque sus libros podían contarse con la mitad de los dedos de una mano. Se mantenía de las rentas que le dejaban unas tierras heredadas de sus abuelos, los Garralón Entrambasaguas, venidos de Canarias en el siglo pasado, y de un palacete al otro lado del río alquilado a un rico comerciante de telas e hilados. Pasaba largas horas absorto en la contemplación de las gentes que pasaban por la calle, buscando tal vez a individuos que le sirvieran de modelo para los personajes de sus libros. Había sido una casualidad que se encontrara con Casimiro Castro, ya que su lugar preferido de observación era el café de Doña Rosa. Allí estudiaba a Laurito, el camarero del café, a su esposa Felisa, que siempre secaba triste los vasos del bar, a Carmelo Frías, cochero de paso que nunca lograba encender el pitillo a la primera.
En su juventud, Bonifacio Garralón, había vivido una apasionante historia de amor con Úrsula del Alcor, actriz y cantante de circo, con numerosas promesas de amor eterno. Úrsula permanecía en su recuerdo como un mito de mujer hermosa. Pero Bonifacio cuenta ya con la edad de sesenta años y se casó hace mucho con Dorotea, una mujer de su misma clase social cuya norma de vida es tener la mesa puesta y encargado el ataúd.
Cierto día, Bonifacio Garralón, recibe una carta de Úrsula anunciándole su deseo de vivir con él los últimos años de su vida, recordándole sus reiteradas promesa de amor eterno y apasionado. Siempre había sido un romántico y la sola idea de encontrarse de nuevo con su enamorada le producía una grata emoción. Así que rejuvenecido por la visión de la antigua pasión que despertaba en él después de tanto tiempo el simple recuerdo de aquella mujer, ordena se acondicione en una de sus fincas la casa solariega donde precisamente se encontraban en aquel tiempo, de manera de Úrsula del Alcor, envuelta en su magia, no sospechase que la había abandonado muchos años atrás por otra mujer. La decoró a semejanza de la época en la que la cantante y él ocuparan en el pasado durante su corto amor y el tiempo suspendido en los recuerdos los indujesen a creer que eran veinte años más jóvenes.
Ufano y diligente, Bonifacio Garralón, lejos de representar un autentico personaje romántico, lucía ahora la tripa creciente de un bufón. Desorientado por la arrogancia de quien se siente deseado, olvidando el inexorable paso del tiempo que todo lo modifica quería reconstruir, al borde de los sesenta años, la pasión que había tenido como marco los sueños de su pasada juventud.

Cuando se encontraron frente a frete no se reconocieron. Úrsula había perdido totalmente sus formas apetitosas de antaño y su piel, otrora tersa y delicada, presentaba ahora los signos evidentes del paso del tiempo. Como frágil cristal aquel amor antes desbordado se quebró en mil pedazos y ninguno de los dos consiguió hacer revivir de nuevo la pasión.










LA DAMA DE NOCHE
Extracto de mi novela


Don Geraldo Lozoya, marqués de Montequebrado, hablaba untuosamente y su sobrino, Rómulo Sotomayor, le escuchaba aparentemente con toda la cortesía que exigía su alcurnia. Don Geraldo apreciaba de todo corazón al vizconde, pero por las formas en que lo mandó llamar y el recibimiento frío a que fue sometido, más bien parecía que se disponía a romper los lazos que le unían con él.
            --Tú eres un noble, Rómulo –le decía en ese momento, al tiempo que afilaba con las yemas de los dedos las sedosas guías de su fino bigote-. No creo necesario recordarte que los Montequebrado y los Riveroles han estado emparentados desde tiempo inmemorial.
            El Marqués tenía la manía de los linajes y gustaba de escarbar en el árbol genealógico de cada familia importante. Siempre había dicho que los antepasados de ambos lucharon juntos en Granada, y que uno del marqués salvó la vida a otro del vizconde en una de las refriegas frente a los muros de la ciudad. Todavía se consideraba obligado por ello hacia su sobrino, lo cual, a este, le resultaba una suerte y una ventaja.
           Don Rómulo miró al marqués, luego, imaginando que aquella perentoria necesidad de verle no sería para nada bueno, preguntó directamente:
           --Está bien, dígame usted de qué se trata, tío.
          --He recibido informaciones bastante amplias acerca de una persona, y todas dicen muy poco a tu favor. Es más, ponen en entredicho tu moralidad y sentido del decoro.
           --¡Yo no he oído nada!
           Don Geraldo Lozoya se movió por el amplio salón de su palacete, giró varias veces y al fin se sentó, haciendo crujir con su obesa humanidad el sillón del exquisito mobiliario Luis XV.
            --Hay cierta mujer… Una cantaora.
            --¿Quién se ha atrevido a blasfemar contra ella? –se irritó el vizconde.
            --Amigos que te quieren bien.
          --¡La gentuza, dirá usted! Eso es. La gentuza de muy mala lengua. En el casino es donde se incuban y nacen todas las murmuraciones, las mentiras y los chismes más mortíferos. Y a esos debemos temerles, tío; porque yo he visto nobles y hombres públicos contra quienes nada pudo el puñal ni la pistola y en cambio fueron aniquilados o rebajados a la más atroz miseria por un chisme, una burla graciosa o un mal comentario. Ruego a usted que no preste atención a lo que los demás cuenten de mí.
             --Tal vez si me dieras más detalles de tu verdadera relación con esa mujer…
             --Nunca ha tenido usted mucho interés en los pormenores de mis conquistas.
       El marqués de Montequebrado levantó sus finas y blancas manos hasta unirlas dejando entrecruzados los dedos.
            --¡Dios me libre de ser curioso, Rómulo! Pero mi deber como pariente mío que eres es velar por tu buen nombre y por tu dinero. Nunca he deseado meterme en tu vida privada, pero ahora… Esos rumores que han llegado hasta mí acerca de la cantaora…
         --Está bien –admitió Rómulo Sotomayor-. He de reconocer, y reconozco, que han sido bastantes las muchachas de las que he disfrutado su compañía y el calor de sus apasionados besos, pero María es muy diferente. Es tan delicada, tan hermosa, tal bella…
            --¿Estás enamorado?
            --¡Claro que no!
         --Entonces olvídala. Si lo que tú querías era robarle su honra, ya lo has conseguido. Es bastante. Nosotros, los que tenemos la sangre vieja, hemos de apartarnos de toda esa gente. Ella busca tu hacienda y tus dineros.
             --María es rica.
             --¡Yo no he oído decir tal cosa, Rómulo!

            --Porque no trata usted a las mismas gentes que yo, o sea, a las que no oyen los chismes que se dicen en el casino y las repiten luego para diversión de los demás. Yo le digo a usted que María es rica de corazón, de generosidad, de sentimientos nobles hacia los que la rodean, sin distinguir el blasón de su capa, que es la verdadera riqueza de este mundo, la que está en al alma y es infinita…








OJOS DE OSCURA PASION

Fragmento de mi novela 1997

 

Artemio Zumaquero Sanchidrian debía tener unos veinticuatro años cuando finalizó los estudios. Era alto, musculoso, carilleno, con unos ojos negros que parecían clavarse en el alma de quien los miraba, de una inteligente sonrisa franca y cordial. Podría decirse sin miedo a equivocarse que era un hombre guapo. Pero además había acabado hacía poco la carrera de medicina. Y eso fue lo que cautivó el pensamiento de Adela Cintrano, una tímida muchacha venida de Peñaranda de Bracamonte que le sonreía con demasiada frecuencia. Ella creía que un médico era un hombre que lleva los bolsillos tan llenos de dinero que necesita portar, además, un maletín para meter en él cuanto no cabe en el traje.

Pero Adela Cintrano no había nacido, precisamente, en un ambiente distinguido. Su padre fue trapero de los que van cargados con un saco a la espalda. Más tarde fue de los que van en un carro tirado por un caballito. Luego se quedó en casa a ordenar la mercancía que le llevaban sus empleados. En la tarea le ayudaban su mujer y su hija. Adela se entretenía leyendo las revistas de modas que caían en sus manos al hundirlas en los papeles viejos. Con las fotos deslumbrantes empezaron las ambiciones de Adela Cintrano, que recorrió un largo camino hasta alcanzar la meta que ella se fijó a los quince años. A los diecinueve enamoró a Artemio Zumaquero, un joven estudiante de medicina con un prometedor futuro, y a los veinte se casó con él.

Pero un día Adela se dio cuenta que el maletín que portaba su joven marido sólo estaba lleno de frascos de medicinas y comprendió que se había equivocado. No fue mala esposa, sólo fue una mujer equivocada. La casa del pueblo era muy acogedora. Tenía un pequeño terreno a las afueras en el que Artemio comenzó a construir una casita. Un día, mientras una masa de brumas doradas por el sol de poniente adornaba los montes allá por Tierras de Arévalo, su marido le dijo:

--Yo no lo veré, Adela, pero aquí crecerá un árbol dentro de muchos años. Quiero que nuestros hijos nos entierren en este cachito de tierra que tengo bajo mis pies, de metro y medio de ancho y dos metros de profundidad. Así estaremos bien juntitos siempre. Y encima pediré que planten un roble que será como un monumento. Sus raíces nos abrazaran el uno contra el otro, y de nuestros cuerpos saldrá la savia de ese árbol, que será el árbol de los Zumaquero.

--¡Qué ideas tan raras tienes, Artemio! –Adela protestó escalofriada-. A mí no me gusta pensar que una sucia raíz se me pueda meter por un ojo o por la nariz y chuparme poco a poco la carne…


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