Fruta abstracta atormentada por la luz
Presentación
Primero fueron escenas oníricas, de colorido tropical y fluidez submarina, lo que aprendí en mis viajes a Madrid o Cádiz. Ya lo sabía desde mi nacimiento, que lo había contemplado al atardecer en las laderas verdes aterciopeladas de mi pueblo, entre los olivares o los campos estériles, en rostros curtidos por el sol. Luego ese mundo se urbanizó con rascacielos de hormigas, se hizo más culto, más simbólico y más concreto. Más pálido también y más rugoso.
Y finalmente entraron en mí narradores, que escenificaron sacrificios y tejieron mitos bajo la luz diáfana. De esta época es, por ejemplo, La Ofrenda, un óleo de 1967 en el que aparecen dos amantes en mirada complaciente. Así era mi pintura. Madurar necesita su tiempo, y es un tiempo de hierro, que va a su paso hasta que eso sucede. Madurar no suele ser hacerse más grande ni más hermoso, pero sí más duro, más sereno, más útil, porque madurar es una catástrofe de la belleza y una crisis del sentido.
Mi madurez ha permitido que me convierta en un niño, para poder entrar en los “Sueños” y mirar todo de muy de cerca y verlo grande, desde su lograda pequeñez. De la escena general he pasado a ocuparme, en primer lugar, de la mirada. De ahí procede toda una serie de cuadros trémulamente coloristas y tímidamente sensuales. Tienen la levedad de estar pintados a escondidas, están llenos de travesuras y la mirada se puede entretener coleccionando detalles en el dibujo, accidentes sin sentido, lejanías difusas. Tesoros de color perdidos en la estepa blanca, completamente estáticos, algunos son tan sobrios que parecen el telón de fondo de un dialogo por señas.
Pero el pintor que recorría las laderas verdes aterciopeladas de mi pueblo, los olivares y los campos estériles, hubo de fijarse ahora en la figura humana. De esta observación proceden cuadros diferentes. En estos aparecen mis tormentos, escenas llenas de movimiento y densidad, espesas de pigmentos ocres y cálidos, en los que aún se aprecia el trazo tembloroso de mi mano agitada por el recuerdo. Pierdo las formas bajo los efectos de una emoción intensa, alguien hace lo que quiere o lo que siente, sin atenerse a modales o convenciones. Las formas, pues, contienen en el sentido de retener o detener. En la vida y también en al pintura. El que pierde las formas se muestra en su verdad más íntima, la que se ocupa de camuflar la buena educación. Y el artista que renuncia a las formas lo hace para expresarse sin las limitaciones que en el último término impone la figura.
Esta breve pincelada de mis cuadros, entre textos, es sólo una muestra.
BREVE VÍDEO DE PRESENTACIÓN DE MI COLECCIÓN PERSONAL DE PINTURAS
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