domingo, 3 de febrero de 2008

No soy poeta

















Presentar un poema no suele ser un acontecimiento popular. Ni tampoco un acto puramente académico o científico que atraiga a lo que se ha dado en llamar el gran público. Más bien, cuando se presenta un poema, parece que asistimos a una reunión íntima, familiar, en la que alguien hace una presentación, siempre cálida dado ese ambiente, y en la que el poeta desgrana sus versos y comunica a los demás su inspiración poética, su creación literaria, en definitiva, su mensaje. Esta presentación tiene sólo el propósito de darme a conocer a golpe de verso, de poemas, que son siembra y cosecha, principio y fin, de una inquietud primero en prosa, novelada, y por fin poética que me viene de lejos y que busca siempre horizontes claros, abiertos a nobles aspiraciones. Y he de decir, necesariamente, que no soy poeta. Nací en un pueblecito de la provincia de Sevilla, hace ya medio siglo. Llegué a Málaga para echar raíces cada vez más profundas y fuertes, donde vivo esperando el aire, no sé qué aire, tal vez la luz, y donde me afano en la creación literaria a la que entrego, con generosidad, cada instante, lo mejor de mi inspiración. Recibí mi primer premio literario en 1995 participando en el Certamen Literario Marco Fabio Quintiliano con la novela “Los dos amores de Cándida Samaniego”, publicándose la obra galardonada por la Entidad convocante del premio. Sin embargo mi primer relato aparece en 1973, y trata de la historia amorosa de dos adolescentes. En el año 1.990 participo en la fase Provincial del certamen de cuento infantil de Málaga, convocado por el Ministerio de Cultura y de la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía, obteniendo el primer premio por el relato “La visita de mamá pájaro”, que me animó a escribir.


POR SI ME PIERDO Y NO REGRESO


El verano llegó a los cuerpos amables, se posó sobre los ojos de los que miran en paz, y doró la cutis de miles de almas. Más tarde, apenas varios meses después, el estío se retira como enemigo que huye. Y todo vuelve a ser como siempre fue; los días se acortan, la vida se aclara, y las pieles desaparecen entre demasiada ropa. Nunca me gustaron las despedidas y por eso prefiero saludar a quien viene de lejos y se llama Primavera, porque ella es el nuevo tiempo al que ahora me aproximo. Cuando ella llegue refrescaré colores, sonidos y aromas, el verdear de mi campiña, el tañido mágico de las últimas lluvias impactando sobre tejados y ventanas, el olor a Tierra húmeda. Las hojas nuevas tapizarán de verde los árboles de plazas y calles para viandantes que van y vienen de algún lugar, y para los que caminan hacía ninguna parte, que ellos también existen. Sólo así uno sabe que el mundo continúa con su incansable devenir, sin pausa, sin excusas. Muy a pesar de que tú o yo a veces lo olvidemos. Cuando la primavera regrese no tendré prisa para encontrarte, ni por dejarte, ni siquiera en olvidarte, porque nadie puede huir ante la mansedumbre acometida de un despertar. Y dejaré que los verdes campos cosechen nuevos triunfos bajo un cielo azul deslumbrante y que mi gente se reúna para celebrar rituales de bienvenida a propios y extraños. El quince de Agosto, muy de mañana, estaré allí y beberé de veneros que inyectan vida en serranías sin puertas ni ventanas. No me busques frente a horizontes de sal, ni me esperes en madrugadas sin nombre. Allí no podría soñar bien despierto para evitar convertirme en arena de desierto. Si de buscarme se trata no le des más vueltas y recorre el camino de un nuevo entretiempo. Quiero cambiar el inmenso mar por un río milenario y desde su centenario molino voy a tener siempre presente, que de la prisa nunca surgió nada decente. Quiero retener el tiempo a pesar de lo que lo niegue la ciencia, y lo haré en las insignes tabernas de esta tierra milenaria. Al entrar dejaré en la puerta lo vano, mi tristeza y mi paraguas oxidado. Con amigos singulares elegiremos un vino de los cuatro que adornan las repisas; quizá el fino, imponente caldo criado bajo velo de flor con sabor amargo, y pasaremos a tratar lo Divino, lo humano y por qué no… lo amoroso. Y entonces sí, será fácil decir la verdad, porque a qué mentir, si esto ya lo hacemos a diario. Quiero devorar tardes crepusculares en los veladores de la calle Mesones, y pasear por el Prado cuando el bullicio se amansa y aligera. Quiero perderme entre los naranjos de la plaza de la Iglesia, o la ermita de Santa Ana y vitorear a la Virgen de Las Huertas. Aguardaré allí, en la Plaza de Santa Ana, justo al lado del pozo casi centenario de agua fresca a que llegue la noche para sentir un pellizco en el alma. Iré sólo, sin compaña, porque a veces soy egoísta para las cosas del corazón. En esa casita humilde, apenas remozada, frente al pozo de agua fresca, entre penumbras y aromas de incienso, nací una madrugada de verano. Y haré algo que no es fe, sino poesía urbanizada, y sobre esa existencia empedrada que de pequeño recorrí con amor, pediré perdón a mis seres queridos antes de marchar por si me pierdo y no regreso. Tal vez no lo entiendas, pero cómo explicar las cosas que no se venden. Sólo se que cuando la Primavera llega abro los ojos, despierto del letargo que produce la vida… y comienzo a morir.




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